Pssss…¡Hola!... Sí, sí, tú. No estás soñando. Soy yo, Bárbara. La del cuadro del despacho de Pablo, el director de vuestro instituto.
Ya sé que llevo casi 300 años callada, pero creo que va siendo hora de que me conozcas, porque ya estoy harta de estar aquí «colgada» en esta pared teniendo en frente el rostro impertérrito de Lope de Vega observándome, sin decir ni «mu», y teniendo que vigilar a la hijastra de mi sobrina-nieta Isabel de Braganza, es decir, vigilando a Isabel II: no se vaya a bajar del cuadro para «apretarse» un buen cocido y luego no podamos volverla a subir.
¡Ah! A la derecha de la «Isabelona» está el retrato de su hijo Alfonso XII, «el Pacificador». Pero entre Borbones anda el juego y esto se haría muy largo, con lo que otro día os hablaré de ellos.
Por cierto, y para que no se me olvide, en la tutoría de padres hay un retrato del nieto de Isabel II, «la de los tristes destinos», y por tanto hijo del «Pacificador»: Alfonso XIII, «el Africano», y este, a su vez, es el abuelo del rey emérito Juan Carlos I, el «Campechano», y bisabuelo de nuestro rey actual Felipe VI, el «Preparado» cuya fotografía oficial, posando al lado de su morganática, está justo enfrente de mi cuadro, en el despacho de Pablo. Cerrándose así el círculo.
¡Qué lío de Borbones!, pero yo os voy a contar sobre mí y cómo acabé casada con el tercer Borbón que reinó en España: Fernando VI.
Como ya sabéis, me llamo María Bárbara. Bueno, exactamente, María Magdalena Bárbara Xavier Leonor Teresa Antónia Josefa de Bragança.
Puedes llamarme Bárbara o María Bárbara, como prefieras. En casa siempre me llamaron María Bárbara, pero en España, Bárbara a secas. ¡Oye! nada de «Barbie», que te veo venir y no quiero que empecemos con «puyitas».
Seguramente, mi nombre te suena, más que nada porque tu instituto lleva mi nombre, pero no adelantemos acontecimientos, luego te contaré por qué.
Como te decía me llamo Bárbara y voy a contarte algunas cosillas de mi vida. No te preocupes, no voy a echarte un rollo histórico. Solo que he pensado que podríamos conocernos un poco.
Nací el día de santa Bárbara (¡Qué originales mis padres poniéndome el nombre de la santa del día!) un 4 de diciembre de 1711. Y fui la primogénita de los reyes de Portugal: João V y Mariana de Austria.
Te suena el nombre de mi padre João V, ¿verdad? No me extraña nada. Es el que hizo crecer Portugal como nunca antes se había visto, ni se verá. Durante su reinado llegaron a Lisboa más de 20 toneladas de oro y ni te cuento los diamantes, extraídos de Brasil.
Todo iba «viento en popa a toda vela». En la corte lisboeta todos me reían las gracias y decían lo graciosa que era la Princesa de Brasil. Pero vamos a ser realistas desde un principio: nunca he sido guapa, ni tan siquiera «mona». Pero eso de ser la heredera al trono de Portugal me facilitaba mucho la vida.
Sin embargo, mi dicha duró poco. A los 10 meses justos nació mi hermano Pedro y me arrebató el título de Princesa de Brasil. Pero se lo perdono, porque hubiera sido «buena gente» de no haber muerto tan pronto.
Después fue todo un sin vivir, porque mis padres solo sabían «hacer hijos varones». ¡Tuve 5 hermanos!
Pero la verdad es que a principios del siglo XVIII era muy difícil que sobrevivieran todos los hijos habidos en el matrimonio. Y mi familia no fue especial: de los seis hermanos, solo llegamos a adultos José, Pedro y yo.
¡Ay, Pedro, Pedrito! El niño mimado de mis padres porque se creían que nunca iba a ser rey ¿Y a que no sabéis qué hizo? Pues cuando murió mi hermano, José que reinó como José I de Portugal, se casó con nuestra sobrina (la hija mayor de José, María I) para poder ser rey. Pedro III ¡Qué afán de protagonismo tuvo siempre, el pobre!
¿Os he dicho que nací en el Palacio de Ribeira? ¡Qué pena que ya no exista! Se lo llevó por delante el terremoto de Lisboa, pero os puedo decir que era magnífico. Allí en lo que ahora es la Plaça do Comerço. Mi padre invirtió grandes sumas de dinero (de ese que os he dicho que venía de Brasil) en adecentar nuestro hogar. Mi hermano José, cuando fue rey, construyó la Ópera Real junto a nuestra casa. ¡Marvellous! Pero el dichoso terremoto también se la llevó por delante. Luego os hablaré del terremoto, para ir siguiendo un hilo cronológico en mi historia, porque si no nos liamos.
¡En fin! Mi infancia son recuerdos de un patio de Lisboa y un jardín claro donde maduraba….¡Yo! (jajaja). Eso que la obra de Machado esté libre de derechos de autor «me pirra».
Según dicen de mí, fui una niña muy avanzada para mi edad, condición y sexo. Me explico: a los 5 años recitaba de memoria la doctrina cristiana. ¡Cómo Dios manda! Y a los 7 sabía leer y escribir con gran destreza letra gótica y redondilla. ¿El piano? Casi que nací tocando el piano, y como me encantaba le dedicaba todas las horas que podía. No vayáis a creer que era fácil, mis dedos eran cortos y regordetes, con lo que de «dedos de pianista» ya hemos hablado bastante. Sin embargo, le dediqué tantas horas que acabé siendo una muy buena pianista, modestia a parte.

Después vino eso de los idiomas modernos y los «antiguos». Hablaba con soltura 6 idiomas. Pero, entre nosotros, el alemán no cuenta porque era mi lengua materna, es decir, la lengua con la que hablaba con mi madre, María Ana de Austria, con mi abuelo materno, Leopoldo, el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y con mi abuela Leonor. El portugués tampoco cuenta, porque era la lengua de mi país y en la que aprendí a leer y a escribir. Con lo que realmente las lenguas que aprendí fueron 4: francés (por si el Borbón francés me quería en su corte), español (por si el Borbón español me quería en su corte), italiano (por si algún Borbón español me quería en Sicilia, Nápoles o Cerdeña) e inglés (por si Ana o los Jorges me querían en su corte). Sí ya sé que suena un poco raro lo de los british, pero mi vida se basaba en que yo tenía que ser reina y para tan alto fin me educaron.
Y luego también, no solo leía, si no que entendía lo que leía, y hablaba en griego y en latín… «¡casi na!»
Sabía historia, ética (y de héticos…jejeje) y política. Claro la política desde el punto de vista de mi padre, el Rey.
También sé bordar y zurcir, pero lo que más me gusta es la música: llegué a hacer mis «pinitos» componiendo e interpretando mis propias piezas como clavecinista. Y no podía ser menos, tuve como maestro y amigo a Domenico Scarlatti. Tampoco se me dan mal los bailes de salón, mi maestro fue un catalán, Josep Borges.
El embajador inglés en España, Benjamín Keen, dijo de mí que era única bailando el minueto y que «podría ganarme la vida con la danza si no fuera de sangre real ». A mí me encantaba echarme unas risas al son de la música de palacio. ¡Qué vida la mía!
Todo iba genial hasta que llegué a la adolescencia. Con 14 años salí viva de una viruela que me dejó la cara «como un mapa» para toda la vida y con casi 15 años, la dichosa Parmesana se cruzó en mi vida como una auténtica pesadilla de la que no fui capaz de despertar nunca.
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