Mi salud se fue deteriorando así que avanzaban las obras. Al comenzar el año 1758 tenía una tos seca y continua. Mi piel se escamaba. Debido a esto, Fernando y yo, nos trasladamos al palacio de Aranjuez para que me restableciera del asma y de la lepra. Sin embargo, mi salud fue agravándose. Era asmática y el «ventolin» todavía no se había inventado, con lo que curaba mis crisis con «velas aromáticas», «mejunjes» hechos en la Real Botica especialmente para mí y… ¡quitándome comida!. Pero por ahí yo no pasaba, la comida, las joyas y la música (por ese orden) eran mis pasiones en esta vida.
Y vinieron las Parcas a por mí, después de una larga agonía, un 27 de agosto de 1758, de madrugada.
Sigo pensando que detrás de las coplillas que me dedicaron los madrileños estaba la mano de la Parmesana, que seguía viva, muy a mi pesar.
Bárbara al fin se acabó
Sin conocer que acababa
Ni que Dios la castigaba
Desde que a reinar entró,
Pero se manifestó
Finalizando su vida
En hediondeces comida,
De los gusanos tragada,
Con muestras de condenada,
sin señal de arrepentida.
O esta otra:
Murió Bárbara, ¡qué horror!
Murió la reina, ¡qué espanto!
Murió sin lograr más llanto
Que el de su mal director
¿No veis a mi «suegrastra» detrás? ¡Con lo mal que lo estaba pasando Fernando, y ella canta que te canta!
La verdad es que el día de mi muerte fue el principio del fin de «mi Fernando». Y la Farnesio, tomando cartas en el asunto, incumplió el primer deseo escrito en mi testamento: que mi cuerpo fuese amortajado con el hábito de las Salesas.
Mi féretro fue expuesto en un salón del Palacio Real de Aranjuez, por la tarde me trasladaron a Madrid y el 28 de agosto llegué al monasterio de las Salesas Reales, para ser enterrada un día más tarde.
Las crónicas no relatan nada fuera de lo normal ni en mi velatorio ni en mi entierro, si exceptuamos a «mi Fernando» que como cualquier viudo doliente que se precie, roto de dolor, negaba que yo hubiera muerto y no estuvo en mi funeral.
Sin embargo, cuando se leyó mi testamento todo el mundo me odió. Y la verdad es que no llegué a entender exactamente porqué, de haber estado viva lo hubiera preguntado.
Os cuento lo que dejé escrito en 1756 para cuando me muriera.
Como mi hermano Pedro era todavía Infante de Portugal y yo no sabía que iba a terminar siendo rey, le dejé toda mi fortuna personal. La oficial y la que fui escondiendo por los rincones de palacio «pa por si». Dejé varias joyas y legados a Farinelli y a Scarlatti, que tantos buenos momentos musicales me hicieron pasar. A mis sirvientes también dejé unos legados. A mi Fernando una imagen de la Virgen (a la que él tiene especial devoción) y unas esmeraldas. Asigné una cantidad importante para limosnas y para misas en sufragio de mi alma (no tantas como mi suegro).
Con lo que si sumo todo esto, más el coste del funeral, más el coste de las misas suman 4 millones de reales. Con lo que mi hermano Pedro, Infante de Portugal, como heredero universal recibió unos siete millones y medio de reales. ¿Lo veis raro?
Yo creo que la Farnesio cogió una pataleta porque a ella ni la nombré en mi testamento y por ello la coplilla:
Bárbaramente comió
Barbaramente cagó
Barbaramente vivió
Barbaramente testó
A partir de ese día, el 27 de agosto de 1758 mi viudo Fernando empezó lo que en España se llamó «el año sin rey». Me sobrevivió muy poco, «murió de amor» a los 11 meses de mi muerte.
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