viernes, 24 de septiembre de 2021

Capítulo VIII: De cuando empecé a ser reina

Si te interesa saber con detalle cómo fueron mis años de reina, puedes leer las 57 cartas de mi puño y letra que escribí a mi padre, el Rey de Portugal, y que se conservan en la Biblioteca Nacional, aquí en Madrid. Están en portugués ¡Claro! Pero no creo que tengas problemas ¿no? Mi caligrafía es muy clara, apuesto que mucho mejor que la tuya.

Gracias a la Parmesana, Fernando y yo  no éramos expertos en la regencia de un estado, pero los dos nos pusimos rápidamente a trabajar codo con codo. Durante su primer año de reinado tomamos muchas decisiones con gran sentido de la responsabilidad. Ambos deseábamos un reinado de paz que llegó en 1748 con la firma del tratado de Aquisgrán. En éste España logró el ducado de Parma para el infante Felipe, el hermanastro de Fernando.

Zenón de Somodevilla (¡Jesús, qué nombre!),  marqués de la Ensenada, hizo en nombre de mi marido un programa de reformas para la modernización de España: creó un impuesto único, el catastro (1749), según la capacidad económica de cada contribuyente; creó un banco, denominado 'Giro Real' (1752); liberalizó el comercio con la América española; fundò  la Real Academia de Bellas Artes (1752); se firmó el primer Concordato con el Vaticano (1753) ¡Ah! Se me olvidaba en 1749 se firmó el decreto de prisión general para los gitanos, súbditos de la Corona, en la Gran Redada. Os digo, que la Gran Redadada, aunque la firmó «mi Fernando» fue llevada a cabo sigilosamente y, sin que nadie de la corte se enterara, por el Marqués de la Ensenada. «Mi Fernando» es demasiado bueno para hacer tal cosa.


Pero la política me aburre, me gusta más casar a mis cuñados…

Negociamos el matrimonio de la infanta María Antonia, la menor de las hermanastras de Fernando, con el duque Víctor Amadeo de Saboya. Esta boda trajo consigo el posterior acuerdo político, el Tratado de Neutralización, entre Saboya, Austria y España en 1752 consiguiendo la paz en Italia durante muchas décadas.

Sin embargo, la primera medida que tomó mi marido como Rey fue ordenar a su madrastra que abandonara el palacio del Buen Retiro, donde vivíamos Fernando y yo, y que se fuera a la casa de la duquesa de Osuna, el palacio de Leganitos, junto con sus dos hijos pequeños, Luís y María Victoria.

Pero cuando una nace mala, es mala «pa siempre», y la Parmesana siguió con intrigas y calumnias contra mí. ¿Ya os he dicho que no me tragaba? Pues no se le ocurrió otra cosa que extender el rumor que yo estaba «liada» con Farinelli. ¡Yo con Farinelli! ¡Yo infiel a «mi churri»! Hasta los mismos cortesanos se reían de tal ocurrencia. ¡Farinelli, un castrati! Realmente un amigo para Fernando y para mí.


¿No sabéis qué es un castrati y cómo llegó a la corte? Carlo Broschi «Farinelli» llegó a la corte madrileña a petición de Isabel de Farnesio para curar las crisis de melancolía que tenía mi suegro. Se solía castrar a niños de familias pobres con demostradas dotes de canto para que no les cambiara la voz aunque, en el caso de Farinelli, parece ser que fue un accidente de caballo lo que provocó su castración. En la cima de su éxito Farinelli se retiró para cantar exclusivamente para nosotros. ¡Qué maravilla! ¡Nunca nos cansábamos de oírle!

Pero a raíz de estos rumores, y otras que no os cuento de la Parmesana, mi maridito decidió echar definitivamente de Madrid a su madrastra, y dejarla vivir en el palacio de la Granja de san Ildefonso.  A través de su confesor se lo hizo saber. Ella, muy propia, por el mismo canal (su confesor) le envió una nota de su puño y letra: «desearía saber si he faltado en algo para enmendarlo». Como no había ni tinta ni papel en el mundo para enumerar todos los agravios de la Parmesana hacia nosotros, mi Fernando se limitó a contestarle: tú harás lo que yo te diga y punto pelota. Pero antes de darle la nota a su confesor, el jesuita Rávago, pensó mejor su redacción y, finalmente,  la nota quedó así: «lo que yo determino en mis reinos no admite consulta de nadie antes de ser ejecutado y obedecido».

Con lo que con desagrado y sed de venganza, la Reina viuda se fue al Palacio Real de La Granja, un año después de la coronación de «mi Fernando». Y desde allí, comida por la envidia, siguió atacándome siempre que pudo, nunca se cansó. Sólo le quedaba esperar la muerte del Rey, para que así su hijo subiera al trono y ella pudiera volver a mangonear.

Os he hablado de Farinelli ¿verdad? Pues Fernando y yo decidimos nombrarlo director de los teatros de la Corte: el del Buen Retiro y el del Real Sitio de Aranjuez. «Mi Fernando» los convirtió en los teatros de ópera más importantes del siglo XVIII, «óperas de referencia» de toda Europa.

El Real sitio de Aranjuez era nuestro lugar favorito. Cuando Fernando y yo no teníamos que ocuparnos de nuestras «cosas de reyes» disfrutábamos allí  al máximo de nuestros «hobbies», sobre todo en primavera.  Aquí  «mi gordi» se dedicaba  a la caza, y yo a la música. Qué maravilla de jardines regados por el «Tejo» (para mí siempre será el río «Tejo», nunca conseguí llamarlo Tajo) y  el Jarama. Aquí es donde Farinelli nos  organizaba los conciertos de la «escuadra del Tejo», con fragatas,  jabeques,  y la falúa real, en un simulacro de batallas. ¡Qué cantidad de barcos! ¡Qué espectáculo! No os imagináis lo bonito que era... ¡y todo con música!

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