miércoles, 29 de septiembre de 2021

Capítulo VI: De cuando murió mi suegro, la «rana saltarina»

Con intrigas y desprecios palaciegos, Fernando y yo vivimos bajo el título de Príncipes de Asturias hasta que el 9 de julio de 1746, su Católica Majestad Felipe V de España, ex duque de Anjou, a los 62 años de edad «la espichó». Pobre, no le dio tiempo a disfrutar de su jubilación.


Como os decía, mi suegro que en toda su vida no tuvo ni una puñetera idea buena, le dio por morirse en julio y en Madrid (¡Con la que estaba cayendo!), en el Palacio del Buen retiro (al lado de Cibeles, donde ahora habéis puesto el Ayuntamiento). ¿De qué murió? Pues de un «pataflús». (Apoplejía, por si me lee algún «pureta»)

Pero mirad cómo son las cosas que, aunque mi suegro el Rey, estaba muerto y bien muerto, nadie se lo creyó. Y lo que es más grave, esperando a que despertara, tardaron más de una semana en enterrarle.

Os cuento: la Parmesana, viendo el marrón que se le venía encima, no hacía nada, ni daba ninguna orden para que se organizara el velatorio.

Con lo que empezaron los rumores. El Rey no está muerto, «se hace el muerto». ¿Y si no estaba muerto y solo lo fingía? La verdad es que mi suegro siempre había sido muy raro y, dicho sea de paso, nunca entendí por qué le apodaron «el Animoso». Si siempre lloraba e iba con la moral fregando el suelo de palacio.

Ya os he contado que de eremita pasó a encerrase en un armario, de creerse el centro de una trama para envenenarlo pasó a creer que sus camisas irradiaban luz, y lo último ya fue el creerse una rana y chapotear dando saltos en las charcas de palacio. En fin, raro, raro, raro…

Con lo que al principio nos creímos que se hacía el muerto y mi «suegrastra» hizo que su médico personal le practicara una sangría.

¿Dónde vas a parar? una sangría y unas sanguijuelas bien administradas son capaces de resucitar a cualquier rey muerto.

Pero en este caso, el Señor no quiso, y el médico no consiguió ni una gota de sangre en la sangría y las sanguijuelas preferían al médico que a mi suegro.

Fue entonces pasadas ya 24 horas cuando se certificó la muerte del Rey y se aconsejó a los cirujanos que lo embalsamaran cuanto antes, porque ya empezaba a oler…

Las cosas nunca son tan fáciles como parecen. Para embalsamarlo primero tenían que acudir a palacio los franciscanos de San Gil para sacarle las vísceras y llevarlas a una estantería de su convento (donde en un tarro de cristal reposan todas las vísceras de todos los reyes que han sido. Bueno excepto las entrañas de una pariente lejana mía: Isabel de Portugal, reina de España y mamá de Felipe II que murió en Badajoz y se llevaron su cuerpo al Escorial, pero dejaron sus «entretelas» en el Convento de las Descalzas de la ciudad donde yo me casé).
A lo que iba que me disperso. Aparecieron los franciscanos en el palacio del Buen Retiro para sacarle las vísceras al Rey, pero antes no se les ocurrió otra cosa que velar 24 horas más al cadáver. (¿No oléis nada? Ya llevamos 48 horas con el muerto y estamos en el mes de  julio).

Al día siguiente 11 de julio, los franciscanos creen que un rey se merece más rezos y le dicen a la Parmesana que van a orar 24 horas más. (¿Seguís sin oler nada?)

Por fin, tres días y muchos efluvios reales después, abren a mi suegro, le quitan las vísceras, y se lo llevan a la Granja de San Ildefonso. (¡Ojo! Granja con mayúsculas, no granja de «guarrinos»), exactamente se lo llevaron a la Colegiata de San Ildefonso, para que el populacho lo viera y así diera fe de que estaba muerto y bien muerto.

Me alargaría demasiado si os contara qué pasó en el velatorio. Dos mujeres parieron «a grito pelado» a los pies del muerto, un guardia de Corps sacó el sable y de una estocada mató a un madrileño que se había puesto delante suyo y no le dejaba ver, un espontáneo sacó una pistola y disparó, sin matarle, a un francés que «pasaba por allí», dos familias nobles arreglaron el matrimonio de sus hijos, se descubrió que Isabel de Farnesio no era tan guapa como la pintaban y tenía la cara «picada» por la viruela, como yo….Como veis el velatorio de mi suegro da para un libro entero.

A todo esto hay que añadirle que, los españoles muy dados siempre «a la pandereta», sacaron punta a tan desdichado evento con unas coplillas:

Requiescat murió Felipe
In pace ha quedado al reino
Amén dicen los vasallos
¡Jesús, qué lindo tiempo!

Pero «la rana saltarina» dio problemas hasta muerto. Todos los reyes y reinas españoles están en El Escorial, pero él no quería. Y eso, yo, lo entiendo. Que un Borbón sea enterrado en el panteón de los Austrias…como que no. Bueno, la verdad es que, excepto mi suegro y mi marido también han acabado allí todos los Borbones. Sin embargo, al franchute de Felipe V le gustó más para descansar toda la eternidad la Real Colegiata de la Santísima Trinidad, en concreto la llamada Sala de las Reliquias, dentro del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, un capricho arquitectónico más del agrado de la corte versallesca que de la española.

Pues a la Granja de cabeza, mejor dicho, a la Granja «con los pies por delante» y además con la promesa de las 200.000 misas que dejó pagadas por el eterno descanso de su alma.

¿Cómo andáis de matemáticas? A ver si os salen las cuentas como a mí.

  1 año tiene 365 días (vamos a dejar los bisiestos)
 Desde julio de 1746 hasta julio de 2020  son  274 años
 274 años multiplicado por 365 días = 100.010 días (se cumplirán en     julio 2020)
 A misa diaria desde el día de su muerte à 100.010 misas
 Quedan pendientes 99.990 misas (que ya están pagadas)

¡Ojo! avisad a Felipe VI, al vuestro, al que llaman «el Preparado». O le siguen diciendo las misas a mi suegro o que os devuelvan el dinero, que el cambio de maravedís a euros debe ser un pastón.

Bueno, por fin, muerto y enterrado mi suegro el día de la Virgen del Carmen (16 de julio de 1746), Fernando y yo pasamos a ser los Reyes de España.

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