jueves, 30 de septiembre de 2021

Capítulo V: De cuando me convertí en «Princesa de Asturias»

En el año 1724, siendo su hermano Luís (Luís I) Rey de España, por una extraña abdicación de su padre que se creía una rana e iba por palacio dando saltitos, murió.

No está muy claro si murió solo a causa de la viruela o si la Parmesana ayudó que la enfermedad fuera más eficazmente mortal.

Murió su hermano Luís, no Felipe V que volvió a coger la corona de un salto, porque su mujer le obligó a ello. Ya sabéis eso de «si tu mujer te pide que te tires de un tejadillo, pídele a Dios que sea bajillo».
Y, con todo esto,  mi Fernando pasó de ser transparente a ser Príncipe de Asturias y como tal heredero nominal al trono de España.

¡Qué marrón! nunca nadie se había ocupado de él pero, a partir de ese momento, empezaron las intrigas palaciegas, capitaneadas por la Parmesana, para casar a mi Fernando. Porque un heredero al trono sin mujer que garantice descendencia legítima de varones, ni es heredero ni es «na».

Con la primera que se pensó para casar a «mi Fernando» fue con la «Luisi», la viuda de su hermano Luís. Sin embargo, ella era «mongue» ¡Menos mal que nadie estuvo por la labor de este matrimonio! Devolvieron a Luisa Isabel de Orleans y a su hermana Felipa Isabel a la corte de Versalles de donde habían salido y Fernando y su hermanastro Carlos se quedaron sin las primeras personas en las que se había pensado para ser sus esposas.

A Fernando, que ya era adolescente, su madrastra nunca le inspiró ninguna confianza. Si hubiera podido, la Farnesio, lo habría casado con una de sus hijas pero, aunque eran hermanastros,  se hubiera considerado incesto a los ojos de todas las cortes habidas y por haber. Y eso quedaba mal.

Cuando Fernando tenía casi 15 años, la Parmesana en persona le comunicó que había elegido esposa para él. Pero él se llenó de dudas y recelos porque no se fiaba ni un pelo de su madrastra (¡chico listo!) y lo que creía era que quería enviarlo al otro lado del charco. Le pidió un retrato de mi persona y ya os he explicado lo que sigue.

Bueno, ya os he contado que nuestra estancia en Sevilla sirvió para que Fernando y yo nos conociéramos mejor y también para tapar un brote de locura de la «rana saltarina». Su mujer, Isabel, no quería que vieran a Felipe V totalmente enajenado en Madrid.

Sin embargo, desde que nos casamos hasta que Fernando fue rey,  vivimos en los Reales Sitios 17 años, totalmente marginados por la Parmesana. Pero en contra de lo que os podáis imaginar, fueron unos años muy bonitos en los que Fernando y yo nos compenetramos a las mil maravillas.

Intentamos algunas cosillas como Príncipes de Asturias. En 1731, llegué a un acuerdo secreto para una futura alianza con Francia y Portugal. Este proyecto llegó a oídos de la Parmesana que temía que Francia nos estuviera contando los acuerdos a los que habían llegado con España y que estos, a su vez, llegasen a ser conocidos por Portugal a través de mí. Por ello, y por las buenas relaciones que tenía mi padre, también serían conocidos por Austria, enemiga de España en la guerra con Italia. Todo un lío.

Fuese eso, o la envidia que nos tenía la Farnesio porque nosotros, en lugar de sus hijos, íbamos a ser los futuros reyes lo que hizo que mi suegro, el Rey, firmara una Real Orden (14 de junio de 1733) donde nos prohibía a Fernando y a mí recibir en nuestros aposentos a otras personas que no fueran nuestros sirvientes personales, prohibía también a Fernando a asistir al Despacho con su padre y a mi comer en público y visitar conventos e iglesias. Vamos, que nos tenía en «arresto domiciliario»

¿Os pensáis que esto fue todo? ¡Pues, no! La Parmesana hizo que una serie de personas de su confianza espiaran todos nuestros movimientos y además dejó a su hija María Antonia, a mi lado, como «dama de compañía» para que le chivase todo, absolutamente todo lo que yo hacía.

Pero, aunque os parezca mentira, María Antonia acabó cantando eso de «Yo soy español, español, español…» y dando saltitos. (Otra como su padre….¡Dios!)
¡Ah! ¿Qué no sabéis eso? Jope, no sabéis nada.

Cuando el séquito real de Felipe V y Sra. (Fernando y yo incluidos) volvió a Madrid desde Sevilla, nuestra toma de contacto como Príncipes de Asturias con el pueblo de Madrid (mal que le pese a la Parmesana) fue estupenda y a nuestro alrededor se formó lo que dio en llamarse el Partido Español (por eso, la Farnesio, nos ninguneó en la corte, como ya os he contado).

Había tres frentes abiertos:

 Mi suegro, Felipe V, que a pesar de ser Rey de España durante 49 años (el Borbón más duradero de toda la historia) se negaba a hablar en castellano y hablaba en francés incluso con sus ministros. Un hombre que jamás despertó simpatía ninguna entre los 19 millones de españolitos.

 La madrastra de Fernando, Isabel de Farnesio, Reina consorte de España. Se rodeó de italianos. Y hablaba en italiano todo el día con sus hijos y sus sirvientes.

 Con lo que en nuestra casa, donde vivíamos Fernando y yo, se creó, sin proponérnoslo, el Partido Español. Es decir, un grupo de personas que queríamos españolizar España.

¿Que cómo se entendían mi suegro y la Parmesana? Fácil, la parmesana cotorreaba todo el día en italiano y cuando miraba a Felipe, él le contestaba: Oui chéri.

Pero como buena mala de la película que se precie, la Farnesio era bilingüe de francés y de lo que conviniera a sus intereses. Y, aunque de lejos, también, ¡Era una Medici por rama materna! Y eso, quieras o no, imprime carácter.

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