sábado, 20 de noviembre de 2021

Bon vento y bon casamento, Bárbara y Fernando

Bárbara y Fernando entraron en nuestra muy noble y muy leal ciudad de Badajoz, el glorioso y frío mes de enero de 1729. Las gentes de la ciudad, tanto nobles como plebeyos, “vestidos de galas muy costosas” perimetraron todo el recorrido de los esposos desde los campos del río Caya (por donde entraron a España) hasta el corazón de la ciudad, saludando a sus príncipes con calurosos aplausos y vítores de alegría.

Para acceder al núcleo urbano, se levantó una especie de “arco de triunfo” decorado con pintura muy fina de esmaltes que representaban jeroglíficos y miniaturas. Cuando la carroza real atravesó el arco, unas salvas de cañón honraron a Fernando y a Bárbara que, cogidos de la mano, sonreían saludando al pueblo, muy agradecidos por la acogida.

La comitiva prosiguió hasta la Plaza de San Juan, conocida en aquella época como “Campo de San Juan” en donde se había levantado otro arco, también magnífico, pero menos lucido y menos vistoso que el primero.

La carroza real estacionó en la puerta principal de la Catedral de San Juan Bautista y allí se apearon los príncipes. El obispo de la ciudad, demás sacerdotes y jóvenes monaguillos, junto con otras autoridades metropolitanas, los recibieron como manda el protocolo. Todos entraron solemnemente en el Templo, en el cual se rezó y cantó un Te Deum Laudamus por los jóvenes esposos. Aquella noche de celebración, la torre de la Catedral se había iluminado intensamente, de forma especial. Hubo fuegos artificiales y una comparsa de máscaras cantó y bailó para divertir a sus majestades con chascarrillos y letras cómicas.

Posteriormente, la comitiva real cruzó a pie la Plaza de San Juan y se dirigió al palacete que conocen en Badajoz como “La Casa del Cordón”, que hoy es la sede del Obispado y antaño fue un convento franciscano. Allí se celebró un banquete nupcial y pasaron la primera noche de bodas Bárbara y Fernando en unos aposentos preparados expresamente para tal fin.

El banquete tuvo como platos estrellas potajes y diversas carnes. La carta de vinos y cavas también fue exquisitamente elegida por conocidos y expertos sumilleres que habían acompañado a los reyes desde Madrid.

Los días de celebración se completaron con unas jornadas de caza y comida campera extremeña en la finca de La Corchuela.

Bibliografía principal: Diego Suárez de Figueroa, Historia de la ciudad de Badajoz (Badajoz, 1976)

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