Bárbara y Fernando entraron en nuestra muy noble y muy leal ciudad de Badajoz, el glorioso y frío mes de enero de 1729. Las gentes de la ciudad, tanto nobles como plebeyos, “vestidos de galas muy costosas” perimetraron todo el recorrido de los esposos desde los campos del río Caya (por donde entraron a España) hasta el corazón de la ciudad, saludando a sus príncipes con calurosos aplausos y vítores de alegría.
Para acceder al núcleo urbano, se
levantó una especie de “arco de triunfo” decorado con pintura muy fina de
esmaltes que representaban jeroglíficos y miniaturas. Cuando la carroza real
atravesó el arco, unas salvas de cañón honraron a Fernando y a Bárbara que,
cogidos de la mano, sonreían saludando al pueblo, muy agradecidos por la
acogida.
La comitiva prosiguió hasta la
Plaza de San Juan, conocida en aquella época como “Campo de San Juan” en donde
se había levantado otro arco, también magnífico, pero menos lucido y menos
vistoso que el primero.
La carroza real estacionó en la
puerta principal de la Catedral de San Juan Bautista y allí se apearon los
príncipes. El obispo de la ciudad, demás sacerdotes y jóvenes monaguillos,
junto con otras autoridades metropolitanas, los recibieron como manda el
protocolo. Todos entraron solemnemente en el Templo, en el cual se rezó y cantó
un Te Deum Laudamus por los jóvenes esposos. Aquella noche de
celebración, la torre de la Catedral se había iluminado intensamente, de forma
especial. Hubo fuegos artificiales y una comparsa de máscaras cantó y bailó
para divertir a sus majestades con chascarrillos y letras cómicas.
Posteriormente, la comitiva real
cruzó a pie la Plaza de San Juan y se dirigió al palacete que conocen en
Badajoz como “La Casa del Cordón”, que hoy es la sede del Obispado y antaño fue
un convento franciscano. Allí se celebró un banquete nupcial y pasaron la
primera noche de bodas Bárbara y Fernando en unos aposentos preparados
expresamente para tal fin.
El banquete tuvo como platos estrellas
potajes y diversas carnes. La carta de vinos y cavas también fue exquisitamente
elegida por conocidos y expertos sumilleres que habían acompañado a los reyes
desde Madrid.
Los días de celebración se
completaron con unas jornadas de caza y comida campera extremeña en la finca de
La Corchuela.
Bibliografía principal: Diego
Suárez de Figueroa, Historia de la ciudad de Badajoz (Badajoz, 1976)
No hay comentarios:
Publicar un comentario