martes, 18 de enero de 2022

Misterioso incendio del Alcázar Real de Madrid


 


Misterioso incendio del Alcázar Real de Madrid.

Felipe V es proclamado rey en la iglesia de los Jerónimos de Madrid. Era un ocho de mayo de 1701. El nuevo monarca, ya desde el principio, demostró que el p
alacio donde iba a verse obligado a residir no era de su agrado. Le resultaba tétrico y, desde luego, nada elegante. Aún no sabía que un golpe de la fortuna vendría a satisfacer su regio desdén hacia un palacio que era, a sus ojos, expresión de un pasado con el que quería romper. Y es que al viejo alcázar no le quedaban muchos años para seguir irguiéndose en Madrid.


En diciembre de 1734 se declaró, en su interior,  un incendio que acabaría con él. Durante cuatro días estuvo ardiendo sin parar y el fuego acabó llevándose por delante edificaciones anexas importantes. Nunca veremos “Apolo, Adonis y Venus”, pintada por el magistral Velázquez. También se perdieron pinturas de Tiziano y Tintoretto, entre otros artistas. Todas ellas pertenecían a la que estaba considerada por muchos como mejor colección de arte del mundo y que los Austrias habían ido atesorando a lo largo de los siglos. Cuentan las crónicas que cinco carros fueron cargados con “oro, plata, joyas y monedas del ajuar de los infantes”. Dentro del edificio quedaban, acosados por las llamas y el humo, más de dos mil lienzos. A los madrileños no se les dejó participar en las labores de extinción “por temor al saco”. Algunas investigaciones apuntan a que el fuego se habría iniciado en los aposentos del pintor Jan Ranc, donde, aparentemente, se estaban celebrando las fiestas navideñas con abundancia de bebidas alcohólicas. Esto provocaría que los mozos de palacio desatendiesen sus obligaciones, entre las que se encontraba el control de una furiosa chimenea donde ardía la leña. Si las llamas saltaban tenían muy fácil el camino a cortinajes, fraileros, camas con dosel y arcas de madera. Así fue y, muy pronto, las llamas devoraban armazones y artesonados.

 

Comienzan los rumores y las muertes se suceden.

Los mentideros madrileños se tomaron aquel desastre como si hubiese estado programado. Hay quien quiso ver al propio Felipe V como auténtico culpable del incendio.

Sea como fuere, el caso es que el monarca no tuvo más remedio que trasladarse al Palacio del Buen Retiro una temporada, con la idea clara de construir un nuevo palacio en el mismo lugar en donde se había quemado el antiguo. Imaginamos que este refinado Borbón no soportaba las burlas de otros monarcas europeos quienes, probablemente, insinuarían, mofándose, que tenía una residencia chamuscada.

A pesar de que las arcas del país estaban bajo mínimos, pronto se comenzó a estudiar, por orden del rey, la construcción de un nuevo palacio. El arquitecto elegido fue Filippo Juvara, quien realizaría un primer proyecto.

Pero, poco antes de poner la primera piedra, Filippo muere en extrañas circunstancias. En el mentidero más popular de Madrid aparecieron pronto los cuchicheos. El más significativo decía que, si antes había sido el monarca el responsable del incendio, les tocaba ahora a los espíritus pronunciarse. Y no tuvieron otra forma de expresarse que provocando la muerte de uno de los que pretendían expulsarlos de sus territorios. El inicio de las obras quedó parado. Felipe V, ante la desagradable e inesperada pérdida, tuvo que buscar a otro arquitecto. Así, Giovanni Sachetti, con ayuda del madrileño Ventura Rodríguez, siguieron adelante con el proyecto del difunto Juvara. Pero un día en que los obreros trabajaban fueron sorprendidos por gritos desgarradores. Se trataba de uno de los capataces que, fuera de sí, decía haber visto unos seres fantasmales trepando por la muralla del Campo del Moro. De nuevo hubo que parar la obra, con el fin de averiguar lo ocurrido, para enorme molestia del monarca, que no veía el momento de inaugurar la primera fase de su nuevo palacio.

Cosa de fantasmas, brujas y demonios.

Se pensó entonces que aquellos seres no tenían nada de fantasmagórico y que, seguramente, eran ladrones en busca de materiales de construcción que robar. Se dijo que el capataz fue, en realidad, víctima de una alucinación por el calor que, en aquellos días, hacía en Madrid. El asunto se resolvió reforzando con más centinelas la aludida línea de muralla y de nuevo se iniciaron las labores de construcción. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que otro grave suceso provocó, una vez más, la paralización de estas. Unos obreros que trabajaban en la parte superior del edificio escucharon un escalofriante grito. Alguien se precipitaba al vacío. Un testigo presencial aseguraba haber visto una sombra negra volando por encima de los trabajadores hasta que, en un momento determinado, después de haber elegido a su víctima, se abalanzó sobre ella, provocando que el hombre se diese un estrepitoso golpe contra el suelo. Pese a que el monarca no era dado a las supersticiones, tantos sucesos extraños e inexplicables le hicieron, finalmente, decir: “Por más deseo que tengo de irme del Retiro y trasladarme al nuevo palacio, más inconvenientes surgen, que retrasan su terminación, lo que parece cosa de fantasmas, brujas, y demonios”.

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