jueves, 20 de enero de 2022

¡¡¡Al ladrón!!!

Hoy se roban móviles y en el siglo XVIII se robaban pelucas. ¿Pelucas? Sí, tal como lo oyes. Eran artículos de lujo, muy apreciadas y codiciadas.

        El proceso de fabricación de pelucas era el siguiente: con alambre se hacía un soporte a modo de malla rígida encajable en la cabeza. Por los orificios de la malla se insertaba pelo humano, pelo de caballo e incluso de cabra. En el caso de las pelucas femeninas, para hacer los moños altos, se usaban almohadillas rellenas de borra (virutas de corcho). Después se cosían trenzas y tirabuzones a alturas variadas. Las pelucas masculinas eran de color blanco, pero las femeninas podían ser en tonos pastel, rosa o violeta.

        Su fabricación era tan costosa que pocos se podían permitir comprarlas con frecuencia, por lo que se inventaron métodos de conservación cuando el pelo empezaba a pudrirse, como era rociarlo con almidón extraído de polvos de arroz o patatas. Para camuflar el olor se perfumaban.


         En Francia empezaron a producirse robos de pelucas en plena calle. Según el historiador William Andrews, los ladrones se disfrazaban de carniceros que transportaban bandejas con capones desplumados a domicilio; pero, debajo del trapo de cocina no había un capón, sino un niño de unos cinco años que tiraba de las pelucas, especialmente las femeninas. Un tercer pícaro hacía de gancho, acercándose a ayudar a la mujer robada, mientras el falso carnicero y el niño corrían con la peluca. Las pelucas femeninas podían alzar entre 50 y 80 centímetros, por lo que la alta sociedad modificaba los marcos de las puertas de sus casas para poder pasar holgadamente con ellas. Poco a poco dejaron de utilizarse porque producían sarpullidos y eccemas en el cuero cabelludo.

El robo de pelucas estaba penado con 3 años de cárcel.




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