viernes, 29 de octubre de 2021

Carta de Abdicación de Felipe V y la Aceptación de Luis I:

Hoy os traigo un «corta y pega» muy interesante. La carta de abdicación de  mi suegro, Felipe V en su hijo (Luís I) y la carta en la que mi cuñado, Luís I, le contestó.


Carta de Abdicación del padre (Felipe V) 

«Habiéndose servido la Majestad Divina por su infinita misericordia, hijo mío muy amado, de hacerme conocer de algunos años a esta parte la nada del mundo, y la vanidad de su grandeza, y darme al mismo tiempo un deseo ardiente de los bienes eternos, que deben sin comparación alguna ser preferidos a todos los de la tierra, los cuales no nos los dio S.M. sino para este único fin, me ha parecido que no podía corresponder mejor a los favores de un padre tan bueno, que me llama para que le sirva, y me ha dado toda mi vida tantas señales de una visible protección, con que me ha libertado así de las enfermedades con que ha sido servido de visitarme, como de las ocurrencias dificultosas de mi reinado, en el cual me ha protegido, y conservado la corona contra tantas Potencias unidas, que me la pretendían arrancar, sino sacrificándome, poniéndole a sus pies esta misma corona, para pensar únicamente en servirle y llorar mis culpas pasadas, y hacerme menos indigno de comparecer en su presencia, cuando fuere servido de llamarme a su juicio, mucho más formidable para Reyes, que para los demás hombres (...).

Hemos, pues, resuelto los dos algunos años ha de un mismo acuerdo, con el favor de la santísima Virgen María nuestra señora, poner en ejecución este designio, y ya le pongo por obra tanto más gustoso, porque dejo la corona a su hijo, que quiero con la mayor ternura, digno de llevarla y cuyas prendas me dan esperanzas seguras de que cumplirá con las obligaciones de la dignidad, mucho más terrible de lo que puedo explicar. Sabed, hijo mío muy amado, conocer bien todo el peso de esta dignidad, y pensad en cumplir todo aquello a que os obliga, antes que dejaros deslumbrar del resplandor lisonjero de que os cerca; pensad en que no habéis de ser Rey sino para hacer de lo que Dios sea servido, y que vuestros pueblos sean dichosos; que tenéis sobre vos un Señor que es vuestro Criador y Redentor, que os ha colmado de beneficios, a quien debéis cuanto tenéis, y aun os debéis a vos mismo: aplicad, pues, a mirar por su gloria, y emplead vuestra autoridad en todo lo que puede conducir para promoverla; amparad, y y defended su Iglesia y su santa Religión con todas vuestras fuerzas, y aun a riesgo si fuese necesario de vuestra corona, y de vuestra misma vida, y nada perdonéis de cuanto pueda servir para dilatarla (...) amparad y mantened siempre el Tribunal de la Inquisición, que puede llamarse el baluarte de la fe, y al cual se debe su conservación en toda su pureza en los Estados de España, sin que las herejías, que han afligido los demás Estados de la cristiandad, y causado en ellos tan horrorosos y deplorables estragos, hayan podido jamás introducirse en ella, respetad siempre a la Reina, y miradla como a madre vuestra (...)

Haced justicia igualmente a todos vuestros vasallos grandes y pequeños, sin excepción de personas. Defended a los pequeños de las violencias y extorsiones que se intentaren contra ellos; remediad las vejaciones de los Indios; aliviad vuestros pueblos cuanto pudiereis, y suplid en esto lo que los tiempos tan embarazados de mi reinado no me han permitido hacer, y quisiera haber ejecutado con toda mi voluntad para corresponder al zelo y afecto que siempre me han tenido, que conservaré siempre impreso en i corazón, y de que os habéis siempre de acordar; y en fin, tened siempre delante de vuestros ojos dos santos Reyes, que son la gloria de España y Francia, San Fernando y San Luis (...).

¡Qué regocijo será este para un padre que os quiere, y os querrá siempre tiernamente, y espera que le mantendréis siempre los sentimientos que en vos hasta aquí ha experimentado!. Yo el Rey». San Ildefonso, 14 de enero de 1724.

 Luis I le responde:

«La carta de V.M. padre, Rey, y señor mío muy amado, ha producido en lo más íntimo de mi corazón toda aquella terneza que corresponde a la magnánima deliberación de V.M. Desde luego reconozco que Dios inflama el ánimo de V.M. para despreciar tan heroicamente las grandezas humanas (...).


Pero señor, ¿Qué haré yo puesto en el trono, faltándome la viva voz de V.M. para mi ilustración y enseñanza? Ocúpele V.M. todos los años que yo deseo, para que a su vista pueda yo tomar conocimiento práctico de los negocios, y ser útil a Dios, a su Iglesia y a los vasallos (...).

Las piadosas y cristianas advertencias que V.M. me hace, quedan impresas en mi alma. Y para que el olvido no sea capaz de borrarlas de mi memoria, ofrezco a V.M. repasarlas todos los días, para practicarlas con el mayor cuidado y vigilancia.

La Reina, mi señora y madre, será siempre para mi un objeto de veneración y terneza, y en logrando S.M. todas las felicidades que merece, habré yo completado las mías. Esto es cuánto debe representar a V.M. en vista de su Real determinación, este humilde hijo que B.L.R.M. de V.M. Luis, Príncipe de Asturias»

No hay comentarios:

Publicar un comentario